Reseña: Quisiera que oyeran la canción que escucho cuando escribo esto - Manuela Espinal Solano

Su melena canosa y despeinada, el montón de arrugas a lo largo de su rostro como marca de la vejez, su eterna expresión de ternura y desconcierto, y su bata de un blanco inmaculado eran mi debilidad y mi camino a seguir. Desde la primera vez que vi su rostro y parte de su obra en uno de los fascículos de la enciclopedia de ciencias que venían junto al diario de circulación nacional más importante de Colombia todos los martes, me dije a mí mismo que un día tenía que ser como él. Yo no soñaba con ser futbolista, policía, médico, bombero o Superman, sino con ser científico.

Por aquellos días me la pasaba buscando información sobre la teoría de la relatividad, sobre la física estadística y la mecánica cuántica, o tratando de entender el concepto de gravedad y los factores que lo soportaban. En navidad no pedía carritos ni balones de fútbol, sino microscopios y telescopios, pues mi hambre por ver más allá de lo que estaba frente a mis ojos y conocer los confines de nuestra naturaleza y del universo entero era insaciable. No importaba si se burlaban de mí en el colegio o si mis papás se sentían extrañados porque yo no jugaba con lo que los demás niños lo hacían, pues me sentía feliz con lo que estaba descubriendo.

Los años pasaron y con ellos nuevos ciclos y nuevas experiencias fueron llegando. Entré a un colegio comercial para estudiar el bachillerato (secundaria), y se despertó el cariño por las ciencias económicas y administrativas, con lo que de a poco la pasión por la física fue apagándose. Pero no fue sino hasta tercer año de bachillerato en que todo murió, gracias a un profesor que durante una charla me dijo que estaba loco si pensaba dedicarme a la física pues cerraría mi futuro a dedicarme una vida entera a un proyecto con resultados imprevisibles o a la docencia.

Hoy en día, cuando mi camino sigue nuevas rutas, no puedo evitar preguntarme qué hubiera pasado si esa charla no hubiese tenido el efecto que tuvo, y mi intención de ser el mejor científico de la historia se mantuviera vivo. Nunca lo sabré.

2016 fue un año de sorpresas y descubrimientos muy gratos, entre los cuales destaco lo que está empezando a construirse en Medellín bajo el brazo de Héctor Abad Faciolince. Angosta Editores es un proyecto precioso que estoy seguro dará a conocer letras maravillosas como las de Juliana Restrepo en "La corriente", o como las de Manuela Espinal Solano en "Quisiera que oyeran la canción que escucho cuando escribo esto", el libro protagonista de esta reseña.

Aquí nos encontramos con la historia de una adolescente que desde que tiene memoria ha vivido rodeada de música y de todo lo que ello comprende, y bajo la influencia de una madre con notas como sangre y ritmo en lugar de venas.

Desde la perspectiva de quien apenas aterriza en la mayoría de edad, nos enfrentamos a una prosa madura pero sin complejidades innecesarias, y que plantea una serie de preguntas que todos en algún momento de la vida nos hemos hecho o nos haremos.

Manuela Espinal imprime en las apenas 72 páginas de este libro un texto sincero, cotidiano y amable. Con tintes autobiográficos, la autora nos habla de la vida y de los sueños, de lo que es y lo que se quiere, de lo que está y lo que se extravía, de las luchas y las victorias, de las derrotas y los nuevos comienzos.

Esto último fue lo que logró conectarme de manera muy clara con la novela, y es la honestidad con la que se narra la introspección que realiza la protagonista de la historia en su camino por encontrar lo que quiere en realidad. Puede que pierda objetividad por la etapa de la vida en la cual me encuentro y la fase de descubrimiento que estoy atravesando, pero la lírica que plantea esta obra me atrapó sin poder hacer nada al respecto.

"Quisiera que oyeran la canción que escucho cuando escribo esto" es una novela de corta extensión que nos muestra y confirma que para construir textos importantes, valiosos y con sentido, no es necesario hacer que en la imprenta se preocupen por ver como hacer que la máquina haga encajar cientos de páginas en el cartón que servirá cómo cubierta, sino simplemente tener la sensibilidad suficiente para saber decir las cosas y generar lazos con quien está frente a lo que está escrito.


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